El año
litúrgico, el año de la iglesia, termina con esta fiesta magnífica:
Cristo Rey. Cristo ayer, hoy, siempre.
Elegir al
rey, elegir a Cristo es peligroso, exige asumir su vida y su destino.
Exige:
servir, lavar los pies, mancharse las manos, comer con los pecadores,
obedecer al Padre, dar la vida.
El evangelio
es más claro que el agua. La Palabra de Dios siempre nos recuerda lo
mismo: A Jesucristo lo podemos abrazar, servir, alimentar, visitar.
Sí, hoy, aquí y ahora. ¿Cómo?
No sólo con el pensamiento, palabras... Sí,
está físicamente presente en "sus hermanos más pequeños".
Con acciones físicas.
Y cuando
venga el Rey en su gloria le podremos decir: yo te he visto en algún
sitio. Te he visto muchas veces a lo largo de mi vida.
El año
litúrgico termina. Sólo Dios permanece para siempre. Sólo el amor
es para hoy y para siempre. Y nosotros permaneceremos siempre si
amamos, lo demás...